Un sábado en la mañana
Un sábado en la mañana sentí un
frío en particular, pequeñas sensaciones que me llevaron a recordar épocas
pasadas. Son esa clase de ordenamientos nebulosos, que modifican la luz
grisácea de Lima y la nivela de tal modo, que el día se vuelve similar a esos que
viví en inviernos pasados, donde era un poco más joven que ahora. Pasajes de mi
corta vida, en que cursaba los primeros ciclos de la universidad y se podría
decir que todo era perfecto. Ya sea
porque fue en ese momento en que vencí mis taras sociales, la
inseguridad enraizada en mi estómago y demás crisis existenciales; o porque
disfruté por primera vez de la embriaguez y el sabor del pisco alcoholizando mi
boca. Y las tardes eran alejadas de toda responsabilidad, la única meta era
disfrutar del resto del día encima del pasto, mientras el sol esporádico a medio
atardecer, coloreaba de naranja los edificios y parte de la nubosidad que no
siempre es gris.
Busqué algunas de las fotos de
aquellos años y pude verme sonriendo en cada una de ellas, era feliz. Sin
embargo, en la actualidad cada persona con la que interactúo, me exige sonreír,
como si mis emociones dependieran del movimiento de mis músculos faciales,
suelo responder que así es mi cara, sumada a mi palidez.
Pero tal vez no es así.
El problema es que sigo viviendo
en el pasado, añorando los momentos en que era totalmente independiente y sin
saber lo que depararía el devenir de los días y meses, comencé a alucinar y a
escribir en mi blog todo lo que me venía a la mente, como lo hacía en el
colegio en hojas cuadriculadas cuando inventaba poemas que rimaban absurdamente.
Viviendo siempre en el pasado.
Es por eso que decidí deformar
pasajes de mi historia y convertirlos en guiones, como una terapia, pero nunca
he podido terminarlos, siempre hay un impedimento, tal vez el tiempo, las
tareas, el trabajo.
Pero eso no es cierto, el único
impedimento soy yo.
Yo y mi actitud estúpida,
quejándome de todo, renegando de no ser lo que alguna vez fui, arrepintiéndome
de haberme enamorado de la mujer de labios gruesos. La gente tiene la costumbre
de tener extremos y tiempos límites, de querer empezar de cero el año que viene
o la semana siguiente. Pero no es así, nada puede cambiar en la vida, si no se
cambia de actitud.
La única diferencia es que ahora
trabajamos y tenemos que vivir para obtener nuestras cosas materiales.
Fui feliz hace 3 o 4 años, cuando
me encontraba en secreto con esa chica magnética de ojos muy negros en el
quinto piso de la biblioteca; también lo fui cuando tomé mucha cerveza y
terminé fumando hierba por primera vez; cuando nació mi sobrina y la casa olía
a arreglos florales, también cuando jugaba eternamente cartas, importándome un
carajo la hora en que llegaba a casa.
Bajo esa reflexión me digo que
fue una de las mejoras épocas de mi vida, de algún modo pude aprovecharla, es
solo que no me acostumbro a la transición. En ese balance, solo puedo sonreír y
darme cuenta lo complejo que me he vuelto, por tanto los requisitos para que
sea feliz son más difíciles de obtener.
Es hora de dejar ir, juro que me
esforzaré en dejar ir, algún día recordaré a todos mis amigos ahora
dispersados, pero solo como buenos momentos del pasado. Me iré pronto, ni buen
pueda y cumpliré con mis sueños por más estúpidos que puedan parecer.
Un vez más digo, es hora de vivir
y dejar morir.
Comentarios
Publicar un comentario