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A los 22 comienzas a depender solo de las cosas que tienen sentido,
los libros racionales se almacenan en tu cabeza, la poesía se
esfuma, ¿quiere decir que ya creciste? La mañana se sostiene en mis
párpados, es temprano, muy temprano para mis sueños, para los que
aún no he soñado. Las teclas se convierten en la extensión de mis
manos, el café pierde efecto luego de dos horas, el hambre siempre
regresa a las 10 am.
Soy un hombre somnoliento, eternamente al borde del dopaje, las
noches me quedan cortas, las copas parecen lejanas, el alcohol no
tiene sentido, la hierba no llega a elevarme, curiosamente soy feliz,
irónicamente me burlo de la disposición de las cosas, el devenir de
la rutina.
El dinero me agobia, el crédito me arruina, lo pienso mientras
elaboro presupuestos imposibles y extiendo mis deudas hasta el 2017,
de un momento a otro, el celular vibra brevemente, eres tú
enviándome un mensaje y de pronto olvido todo lo demás, soy víctima
del sarcasmo de mis feromonas y el deseo por endorfinas.
Y vuelo, de cuando en cuando vuelo, no necesito estar drogado para
hacerlo, me alzo en alturas inimaginables, en imaginaciones hermosas,
de pronto despierto en el asiento del bus a pocos metros de mi
paradero.
Por ratos me siento atrapado en un cascarón que aún es difícil de
romper, las fluctuaciones de mi amor se tornan irregulares y el mal
humor se deposita en las bolsas de mis ojos, pero ciertamente el
plazo de este periodo incómodo se acorta cada vez más, le sonrío a
medias al otro ser que habita en mi.
Y de la nada, veo el celular, esperando tu mensaje, que será la
cortina de humo del resto de mis problemas.
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