Miraflores, un vinilo y un helado
Ahora más que nunca en esta etapa de mi vida, me sofoco fácilmente, me vienen las ganas de huir, largarme lejos.
Esta vez huí a Miraflores, a sentirme bien conmigo mismo, desmenuzar los problemas y descomprimir los pensamientos apretados.
Fui disimulando mi desesperación, directo hacia la música. Hay algo en los vinilos que me hace sentir especial, cómo de otra época, contrastable con los demás, hay algo en ese ritual de poner la aguja en el disco y sentir el scratch que relaja cualquier oído.
Compré un disco, gastando algo de mis pocos soles, con el calor nocturno en cierne, olvidando los mensajes y demás dilemas existenciales. Caminé y caminé hasta el Kennedy, tan típico de este distrito, siempre en movimiento.
Unos señores cantan al aire libre con una pasión y una desenvoltura admirable, son felices en este pedazo de tierra, en este oasis de concreto donde concurren miles a diario.
¿Es mejor estar sólo que mal acompañado, tomando un helado? No es cierto, es mejor sentirse bien con uno mismo, mientras esa persona llega, esa con quien no existan silencios incómodos.
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