Pedestal

Cada vez que despierto 

en este apartaestudio, 

en esta mediocridad temporal,

todos los angulos de luz,

todas las vetas de sombra

le dan forma a tu cara,

a tu cuerpo, las puntas de tus pechos,

la textura del cabello y tu sudor

justo en tu lado de la cama.


Cada vez que orino 

chorros de agua caliente, 

deseo que en el retorno a la almohada

tu voz me ampare,

quiero creer que vives aquí

y no en mis delusiones.


Y mientras buceo

en la sopa de somnolencia, 

vienen de prisa

todas las distancias que trazamos,

la torre de frazadas, 

el sabor de tu acidez,

mis contadas eyaculaciones,

el camino hacia tu cortina levantada.


Y con ese estúpido pesar,

ruego cual creyente por el nudo de tus piernas,

por involucrarme en tus pechos, 

requiero separarte las costillas

e invadir tu corazón.


Y en la letanía de las últimas gotas,

en la apertura lenta de mis párpados,

repito la oración de siempre:

si todo querer es poder, 

si esta agonía es invocación

quiere decir que volverás? 


Añoro tus superficies, 

y las quiero de vuelta

muero por vestirte de mí 

para siempre.


Pero una manzana esotérica se muerde, 

un caramelo de limón se desenvuelve, 

y sigues siendo una memoria insistente

de algo que tú ya olvidaste.


Y cuando hablo contigo, 

lo hago a solas, como si estuvieras muerta,

grito, como si te costara encontrarme, 

como si acaso me estuvieras buscando,

como si tus raíces no estuvieran enredadas en tierra ajena.


Quisiera decir que ya expiró tu imagen de este apartaestudio, 

que tu amor se pudre en mis cajones,

pero aún perduro,

pero aún te tengo imaginada,

en un pedestal de tonto idealismo

que aún no puedo desarmar.

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