Desde Heathrow

En el tránsito de un camino conocido decidí dejarme olvidado en la maleta, desprendido de mí mismo y algunos otros males, borroneando los stickers de la mente, desmontando las placas de preceptos cojudos. 

En esencia, la pasé genial sin mí.

Quiero explicarle al mundo, mientras mi equipaje me acecha, que no estoy obligado a nada, las expectativas son coronas de espinas autoimpuestas. 

Quiero contar que no le debo nada a nadie.

Pernocto en mi país, despierto tarde en países ajenos, saboreo la resaca con pedazos de madrugadas incrustadas en los ojos; mi pasaporte, principiante de sellos muestra una foto de alguien que no es.

Estoy mejor sin mí, sin mi pecado original, sin las toneladas de duda, apoderado de un “ctrl + z” tridimensional.

Y ante algún grado de alcohol, admito que me gustaría amar, sortear la frontera, proponerte un escape continental. Y ante algunos sorbos de café, me veo protegido del frío, navidades en Bruselas, desayunos en Montmartre, chelas en Soho, vacaciones en cualquier lugar que me lleve a ti.

Y si en la cima del Alcázar o en la orilla que recibe la espuma mediterránea, algo de esto tiene sentido, espero con mucha impaciencia que mis primeras canas se enreden con tu regreso, con tus días, con tu paz mental, la mía y así sucesivamente.




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